lunes, 22 de enero de 2018

El magisterio de Carmen Linares

Carmen Linares.
Una actuación de Carmen Linares siempre es motivo de alegría, porque en raras ocasiones se unen en una cantaora, en cualquier artista, los mejores valores de la tradición, la realidad palpable de un presente creativo especialmente afortunado y el influjo evidente que su trayectoria y exigente ejemplo produce sobre las nuevas generaciones de cantaores flamencos (especialmente mujeres, aunque no solo) 
Joaquín Sorolla. Cantaora.
A pesar de llevar cincuentaitrés años en lo más alto del escalafón de la música como profesional (grabó su primer disco en 1970) conserva toda su musicalidad y capacidad expresiva de siempre, y afronta admirablemente proyectos cada vez más complejos y exigentes que la llevan a colaborar con lo más selecto y capaz del panorama creativo en el estudio y la musicalización de los grandes poetas españoles, dando rienda simultánea al ritmo interno del poema y a su relación “natural” con las formas tradicionales de la música popular.
Miguel Hernández.
En el concierto de Logroño demostró todos esos méritos. Empezó con los tangos malagueños de La Repompa, brillantes, llenos de gracia y compás, y a continuación metió el popular poema Aceituneros, de Miguel Hernández, en las formas tradicionales de folías, peteneras y tarantas, dándoles otra dimensión, honda y flamenca, a los populares versos difundidos durante décadas por la versión de Paco Ibañez como canción de reivindicación y lucha. Después presentó como soleá bambera el precioso juguete de Arbolé, de Federico García Lorca, lleno de emoción evocadora y magia (“Arbolé, arbolé seco y verdé. La niña del bello rostro está cogiendo aceituna con el brazo gris del viento ceñido por la cintura“). Volvió a conseguir el prodigio de meter en unas emocionantes malagueñas, con sus correspondientes abandolaos, al Niño yuntero de Miguel Hernández, renovando su actualidad y pertinencia (hay mensajes que no hay que dejar de recordar, le gusten mucho, poco o nada al respetable), y continuó, de nuevo de la mano de Miguel Hernández) con unas gaditanas Vendimiadoras (por tanguillos, cantiñas y romeras) con las que bajó la tensión emocional y la reunión recuperó el aire festero y alegre, con la esforzada presencia de la bailaora Vanesa Aibar, que acompañó uno de los mejores momentos de Carmen, jonda, vibrante y demostrando su riqueza melismática.
Después de un espacio por bulerías en el que el guitarrista Salvador Gutiérrez estuvo tan brillante como a lo largo de toda la noche y las cantaoras Ana González y Rosario Amador lucieron sus voces frescas y sobrada capacidad para el compás, volvió Carmen cantando magníficamente por soleás, con preciosas letras populares (“La salud y la libertad son prendas de gran valía, y que no nos damos cuenta hasta que no están perdidas”) (“Males que acarrea el tiempo, quién pudiera penetrarlos para ponerle el remedio antes de que viniera el daño”) (“Tengo una pena, una pena que casi puedo decir que yo no tengo una pena: la pena me tiene a mí”). 
Juan Ramón Jiménez visita la Escuela Modelo de la Universidad de Puerto Rico.
Llegó el momento de Juan Ramón Jiménez con una serie de fandangos de Huelva, muy flamencos, rematados por el poema Moguer, cantado con la delicadeza, el cariño y el conocimiento que siempre le ha dedicado. De nuevo Juan Ramón, esta vez por tonás, con un precioso aire arcaico, sobrecogedoras, y, sobre la intervención al baile de Vanesa Aibar, una siguiriya abrazó al poema In Pace, de José Ángel Valente (“Tú duermes en tu noche sumergido. Estás en paz. Yo araño las heladas paredes de tu ausencia, los muros no agrietados por el tiempo que no puede durar bajo tus párpados. Ceniza tú. Yo sangre. Leve hoja tu voz. Pétreo este canto. Tú ya no eres ni siquiera tú. Yo, tu vacío. Memoria yo de ti, tenue, lejano, que no podrás ya nunca recordarme.”). Muy pocos cantaores de cualquier época se han atrevido a tanto.
Federico García Lorca. Antoñito el Camborio.
Ya en el final apuntó, a petición del público, unos versos de la Milonga del forastero, y para terminar volvió a Lorca, ligando la Baladilla de los tres ríos y el Anda jaleo, cantando sobrada de facultades y llena de gracia popular, dejando de nuevo un generoso espacio para el lucimiento de la bailaora (demasiado espacio, probablemente)
John Singer Sargent. El jaleo. 1882.
Fueron cien minutos llenos de conocimiento cabal, de experiencia, riesgo y capacidad, y disfrutamos de un concierto que explica por qué Carmen Linares ha logrado todos los galardones habidos y por haber y disfruta de la consideración de los profesionales y la crítica más exigente, y del cariño de los aficionados de todo el mundo.
No tardes en volver, querida, necesaria Carmen.

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