lunes, 15 de febrero de 2016

El eco caudaloso de Guadiana

Antonio Suárez Salazar, Guadiana. Foto de Diego Gallardo.

En el misterio del flamenco hay, afortunadamente, más voces y otros ecos que los andaluces. La diversidad geográfica de su origen y expansión posibilita que otros afluentes aporten su propio acervo a la “corriente principal”, ya de por sí diversa, y que otras raíces añadan variada savia a la rica tradición común, esencialmente mestiza.
La noche del jueves nos deparó la posibilidad de disfrutar de dos talentos flamencos de distinto origen, el extremeño Guadiana y el jerezano Diego del Morao, trabajando a la par y con la misma sana intención: dar un gran concierto, pasarlo bien y gozar (cada uno en la medida de sus posibilidades) del patrimonio común y la afición que nos reunía.
Antonio Suárez Salazar, Guadiana
Antonio Suárez Salazar, Guadiana, es un cantaor de caudal constante y controlado, que reparte sus cualidades con generosidad. Tiene una voz redonda llena de matices, con una dicción clara y precisa, idónea para transmitir la sentimentalidad de las letras, y el valor de acabar los cantes firme, sin escaparse por la tangente. El punto que quizá le falte de flexibilidad y vibrato lo suple con facultades, gusto y esfuerzo, y disfruta buscando en la amplia diversidad del flamenco, más allá de su propia tradición familiar. Fue haciéndose más dúctil conforme avanzaba la noche, y se fue templando y ganando suavidad expresiva, superando cierta rigidez del comienzo.
Diego del Morao, guitarrista de Jerez, toca tan gitano y tan bien como los mejores. Su participación fue un continuo derroche de compás e imaginación, sin necesidad de esperar a las falsetas o a los pautados momentos de lucimiento. Todo en él fue musicalidad, todo buen gusto. Y solo tiene 37 años.
Pablo Picasso. Guitarra. Collage. 1913.
El concierto empezó con unas soleares de infinita variedad, arrastrando Guadiana algunas letras a la manera de los cantes más arcaicos. Escuchamos formas gitanas populares, seguramente aprendidas en familia, anteriores a la uniformidad que han ido extendiendo los discos. Dos perlas entre las letras que canto: un ejemplo de globalización prematura (“Yo vengo de la gran Turquía, / traigo sábanas de holanda / que en España no las había”), y un remate antirrelativista (“Paso por tó, pero por eso no paso yo”)
Siguió con unas granaínas llenas de compás, con un toque ligerísimo subrayando el cante, enlazado de manera natural con las falsetas y acabando en preciosos abandolaos.
Después, por brillantes alegrías, refrescantes, puro juego y regocijo: “Se han enredao, / tus cabellos y los míos se han enredao, / como la zarzamora por los vallaos”, cantó como la metáfora perfecta de la compenetración entre cantaor y guitarrista.

Naia del Castillo. Atrapados. Diálogos II. 2000.
Luego unas seguiriyas con una preciosa presentación llena de duende y evocación, de misterio y dolor, con la que gozaría a buen seguro alguien tan delicado como Manuel de Falla. Guadiana demostró las capacidades melismáticas de su voz poderosa, y la sabiduría para administrar muy bien sus grandes facultades: “Se te logró el gusto: / que yo vistiera mi corazón / de negro luto.” Las falsetas de Diego, entre lo mejor de la noche, como demostró la expresiva admiración del cantaor.
Siguió un solo de Diego del Morao mostrando sus enormes facultades rítmicas, melódicas y armónicas. Consiguió lo que solo logra un gran artista: una obra compleja, de apreciación fácil y de disfrute inmediato. Es un gozo verlo tocar: el polirrítmico metrónomo de su pierna izquierda, su prodigiosa digitación, su versatilidad, su gestualidad delicada, la cambiante forma de coger la guitarra, y, muy especialmente, la manera de relacionarse con el cantaor, sintiéndose partícipe y sabiéndose necesario.
Antonio Suárez Salazar, Guadiana, y Diego del Morao. Foto de Diego Gallardo.

Después Guadiana afrontó unos tientos que fueron derivando a tangos, con la guitarra deslizándose sobre el doliente canto, todo levedad, todo magia. Llamaban la atención, de nuevo, los jaleos constantes del cantaor, pródigo en elogios, en olés y exclamaciones como “¡agua!”, lo que viniendo de alguien que ha elegido llamarse como un río tiene que ser un reconocimiento de gran mérito. Una preciosa letra tan popular como sabia: “Si me desprecia por pobre / anda, ve y dile a tu madre / que el mundo da muchas vueltas / y ayer se cayó una torre” resultó muy adecuada para resumir los cambiantes sobresaltos de los tiempos que corren.
Y, como colofón, un final muy camaronero, empezando por levante con unas preciosas tarantas, muy arriesgadas, entre ellas la del Cojo de Málaga tal como la cantara Morente, y siguiendo con un amplio surtido de variados jaleos y bulerías, otro alarde de riqueza, compás y polifonía. “Olé los que tocan bien”, se entusiasmaba Guadiana ante los méritos de su compañero, y acabó regalándonos un par de fandangos muy bien cantados, acordándose de Porrina de Badajoz y sintiéndose como en casa.

La pretensión de Guadiana de que disfrutáramos de una buena noche de flamenco se consiguió plenamente, como demostraron las reiteradas ovaciones y la despedida clamorosa de los espectadores puestos en pie tras noventa exigentes minutos de exhibición de talento y entrega.

Guadiana
Guitarra: Diego del Morao
Salón de Columnas del Teatro Bretón
Logroño
11 de febrero de 2016


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Argentina
Luis "El Zambo"

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