miércoles, 13 de enero de 2016

No apaguen el proyector

Joao María Gusmao y Pedro Paiva.

En el cine se aprende mucho acerca de la vida y se pueden aclarar nuestras expectativas al respecto. Por ejemplo, en La rosa púrpura del Cairo, donde Woody Allen cabalga sobre su bagaje de viejo enamorado de las películas y el teatro, aprendemos que la frontera de la pantalla es más una línea convencional que un auténtico límite, y que, si acaso lo fuera, podría llegar a ser perfectamente vadeable. 

Ilustración para el cartel original de La rosa purpura del Cairo. 1985.

Tiene razón Cecilia (Mia Farrow) cuando afirma: "Acabo de conocer a un hombre maravilloso. Es de ficción, pero no se puede tener todo..." En el fondo no deja de ser una ventaja, porque seguramente un personaje produce (a la larga, y hasta en noventa minutos) menos desengaños y lágrimas que "un hombre de verdad", como llegó a saber por experiencia propia dentro y fuera de las películas.
La rosa purpura del Cairo. Cartel checo de Karel Teissig. 1985
Aunque, tanto dentro como fuera de las películas, raras veces alguien está contento con el personaje que le ha tocado en suerte, ya que "la gente real desea una vida ficticia y los personajes de ficción una vida real."
La rosa purpura del Cairo. Cartel polaco de Andrzej Pagowski. 1985.
Las candilejas que separan evasión, placer y magia de la sórdida realidad cotidiana pueden ser franqueables en la doble dirección, al menos por un buen rato que siempre compensa. Pero conviene ser fiel al guión al menos en sus líneas generales, porque "si no puedes controlar el personaje que has creado, nadie se arriesgará a hacer una película contigo." (Sobre incongruencias, postureo y repentinos cambios de rumbo se están viendo últimamente muchos casos en los vodeviles postelectorales).
Leopoldo Pomés. Barcelona. 1957.
Así que, ante todo, mucha calma y, pase lo que pase, "¡no apaguen el proyector!, porque si se va la luz desapareceremos todos." 
Y no olviden el ukelele.

2 comentarios:

  1. Y qué frágil es también la consistencia de los fantasmas que viven atrapados 'dentro' de la pantalla, al albur de errores y accidentes de montaje, de proyección y de cabina, qué desasistidos se encuentran, que vicarios, que esclavos. Casi tanto como nosotros. Bellísimo arranque de la película del día. Gracias. Bernardo

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    1. La función está llena de personajes, máscaras, figurones, caretos y rostros, fantasmas impostados que tratan de colocar su voz ("lo suyo") entre una audiencia cada vez más distraída, cada vez más desconcertada. Gracias por pasarte por aquí, caro Bernardo.

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