lunes, 10 de febrero de 2014

José Valencia, o cómo cortar la respiración del respetable




Si, como afirmara Sir John Gielgud, el arte del teatro consiste básicamente en lograr que el público deje de toser, el arte del flamenco llegaría a perfección cuando el cantaor consigue cortar de cuajo la respiración de los aficionados. Entiéndaseme bien: que dejen de respirar, al menos, un rato largo, mientras aquel presenta sus credenciales. Y José Valencia alcanzó ese milagro, y nos puso el corazón en un puño, al apostarlo todo, en frío y sin compañía, en unas tremendas tonás con las que comenzó su actuación en el Salón de Columnas del Teatro Bretón ante un público que recordaba su anterior presencia (hace  ya cinco años) y que acudió a la búsqueda de sabiduría antigua en estos tiempos de tanto naynoná.

Robert Peter Napper. Joven gitano de Sevilla vestido de "majo". 1860-63.
José Valencia es un lebrijano nacido en L´Hospitalet, gitano, serio, con grandes capacidades y, gracias a su actitud, con amplias posibilidades. A sus casi cuarenta años está pletórico de energía y de ganas, y es un profesional constante que, metido en el mundo del espectáculo ¡desde los cinco años!, ha visto pasar modas y estrellas rutilantes desde donde le ha tocado estar, unas veces detrás (cantando muy bien para el baile, donde tanto se aprende) y ahora en primer plano, reinventándose y asumiendo toda la responsabilidad y ofreciendo un recital largo y exigente, (tientos-tangos, malagueñas abandolás, soleá, seguiriyas, bulerías,…) sin alivios, sin descanso, sin retórica vana, por derecho, para gustarse y dar gusto a la entregada concurrencia, que es, digo yo, para lo que se debe dar o se va a un concierto.

Charles Clifford. Gitanos cantando. 1860. 


José Valencia nos recuerda a cantaores “de otra época”, a los que forjaron el cante grande tal como lo conocemos y a los que lo mantuvieron y mantienen, voces poderosas y flexibles como las de Antonio Mairena, Caracol, Juan Peña, Terremoto,… Tiene una dicción clara y precisa, muy expresiva, y muy buen gusto a la hora de elegir las letras, que dice y cuida con todo el cariño que se merecen por ser parte sustancial del legado recibido. Da gusto ver cómo aguanta -pegado a la silla o a pie firme y sin amplificación- hasta que todo está dicho, hasta que el cante ha terminado, sin desplantes ni espantadas.

Emilio Beauchy. Café cantante sevillano. 1888.

Viéndole en directo se entiende la importancia de todo el cuerpo como máquina para cantar: su gestualidad, tan sobria, tan tensa, tan precisa, nos enseña cómo todos sus miembros están implicados en la modulación del sonido emitido, y que es necesaria su participación para lograr los sofisticados efectos de vibración, melisma y ornamento que dan a su voz ese extraño brillo antiguo tan atractivo. 
Por otra parte, es un prodigio de compás, y ensambla de maravilla su voz y la guitarra con sus pitos, palmas y pies. En esos momentos mágicos e intensos en el escenario hay muchos más que dos, y ligados de manera natural.
Para dar un recital de esa categoría hace falta también un guitarrista como Juan Requena, que le acompañó con total solvencia en tan severo repertorio, sin renunciar a sus oportunidades para aportar imaginación, musicalidad y un brillante sonido muy valorado por el público.
El disco de José Valencia, de 2012. Un título que suena a desafío. El que quiera entender...
Ambos artistas se merecen más suerte y, sobre todo, más reconocimiento. Pero, como sabemos bien por tantos casos, el mundo del arte -como la vida en general- no tiene entre sus indudables cualidades la de ser justo. Ojalá cambien las cosas y, en esto también, desaparezca o se controle adecuadamente el peso de los "lobbies".



José Valencia.
Salón de Columnas del Teatro Bretón. Logroño.
Jueves flamencos.
6 de febrero de 2014.






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