lunes, 30 de diciembre de 2013

¿Cómo sonaba Ámsterdam en 1645?



Rembrandt. Vista de Amsterdam desde en noroeste. Circa 1645.
(...) "La primavera se entregaba como un regalo del Creador a la ciudad de Ámsterdam. Todo revivía, sacudiéndose de encima la modorra del hielo y los agresivos vientos invernales que, por meses, asolaban la villa y oprimían a sus habitantes, sus animales, sus flores. Mientras las temperaturas subían sin darse demasiadas prisas y la lluvia se presentaba con frecuencia, los colores se desperezaban, despojando de su protagonismo casi absoluto al blanco de la nieve en los tejados y al pardo de los lodazales en que se habían convertido las calles por donde aún no habían pasado las legiones de colectores municipales. 

Rembrandt. Vista de una esclusa. Circa 1645. 
Con los tonos recuperados también renacían los ruidos y se avivaban los olores. A los mercados regresaban los vendedores de perros, con sus jaurías de lebreles, pastores y galgos vociferantes; salían a la intemperie los bulliciosos tratantes de especias y hierbas aromáticas ( orégano, mirto, canela, clavo, nuez moscada), tan delicadas al tacto y al olfato como incapaces de resistir las temperaturas invernales sin perder la perfumada calidez de sus almas; las tabernas abrían sus puertas, regalando el olor fermentado de la cerveza de malta y las risas de los clientes; y retornaban a la ciudad los proveedores de bulbos de tulipanes, con la promesa de una floración de colores anunciada a gritos para luego decir en voz baja los precios desbocados, como si les avergonzara -solo como si les avergonzara- explotar la moda y pedir cifras exageradas por una cebolla peluda que apenas encerraba la promesa de su futura belleza. 
Rembrandt. Vista de Omval, en las afueras de Amsterdam. Circa 1645.
Las voces de los mercaderes, carretoneros, conductores de barcazas y borrachos arracimados en cualquier esquina (incontables en una ciudad donde casi no se bebía agua, dizque para evitar una segura disentería), sumados a los ruidos penetrantes de los talleres de fabricantes de armas o de tambores y la monótona canción de los aserraderos, formaban una algarabía compacta que muchas veces al día resultaba tapiada por el repique atropellado de las infinitas campanas de la ciudad que, desentumecidas, parecían tañer con más vehemencia, en su misión de anunciar cualquier acontecimiento.


Rembrandt. Vista sobre el Amstel desde la muralla. Circa 1645. 
Campanas solitarias, campanarios de múltiples bronces y musicales carillones traídos de Berna advertían de horas, medias y cuartos, de aperturas y cierres de negocios, de llegadas o zarpas de barcos y celebraciones de misas o entierros, de bautizos y matrimonios retardados por el invierno, y de alguna ejecución por ahorcamiento, a las cuales eran tan adictos los holandeses, siempre como si el tañido de la metálica notificación convirtiera en realidad el hecho que la provocaba. En la Sint Anthonisbreestraat, camino de la casa del Maestro (Rembrandt), frente al edificio donde vivía Isaac Pinto, Elías Ambrosius Montalbo de Ávila se detuvo ese mediodía y compartió su buen ánimo primaveral con el sonido (ese sí, armónico) de las treinta y cinco campanas, alineadas como pájaros sobre una valla, colgadas de lo alto de la torre de Hendrick de Keyser, sobre la cruz de la Zuiderkerk". (...)

Las torres de Amsterdam, varias de ellas obra de Hendrick de Keyser. De izquierda a derecha, Haringpakkerstoren, Jan Rodepoortstoren, Zuidertoren, Oudekerkstoren, Westertoren, Montelbaanstoren y Munttoren. Grabado de 1850.

Nos lo cuenta Leonardo Padura en Herejes (Tusquets, 2013), un extraordinario manojo de historias agrupadas como singular novela en la que nos relata, con su fino oído de habanero apaleado por la vida, que nada ha sido fácil nunca para nadie en ningún lugar si ha pretendido ser libre y obrar conforme a su propia conciencia: ni en Sefarad, ni en los Países Bajos, ni en Polonia, ni en Miami, ni en Cuba. En ninguna época, a ninguna edad, con cualquier creencia y bajo cualquier régimen político.
Y aún así, merece la pena el esfuerzo de seguir intentándolo.


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