lunes, 25 de noviembre de 2013

Nada es para siempre


Robert Mapplethorpe. Autorretrato. 1975.
Las flores, por su corto y esplendoroso ciclo vital, han sido a lo largo del tiempo un socorrido motivo para reflejar la fugacidad de la belleza. 
Robert Mapplethorpe. Double jack in the pulpit. 1988.

Robert Mapplethorpe, que las fotografió como pocos, recurrió también de manera reiterada al autorretrato para conservar algo de una vida sentida como efímera, y quizá por ello intensamente vivida.
Robert Mapplethorpe. Autorretrato. 1980.


Algunos elementos formales en la manera de afrontar ambos temas son coincidentes: cruda luz frontal, sencillez compositiva, encuadre equilibrado en un marco tendente al cuadrado, ausencia de énfasis, referencias clasicistas,...

















Robert Mapplethorpe. Amapola. 1988.
Los retratos suelen recoger una mirada directa al objetivo de la cámara. Son, a la vez, la irónica parodia de un hombre que trata de conocerse y una forma de buscar los ojos del futuro espectador (y, en él, a un igual).  


Patti Smith. Ain´t It strange. Radio Ethiopia. 1976.

En contadas ocasiones recurre a algún elemento material -un mínimo atrezzo- que ayuda a completar al personaje hedonista que nos quiere contar algo (poco) de su vida, que aspira a hacerse entender, aunque para ello tenga que recurrir a la odiosa retórica.

Robert Mapplethorpe. Autorretrato. 1988.
En este retrato, muy próximo a su muerte a los cuarenta y dos años, el personaje se desvanece en favor de la empuñadura del bastón, a la que se aferra con la frágil energía que todavía le queda. No transmite miedo, ni amargura ante lo irremediable. Solo una especie de lasitud frente al irresistible final, y, con el guiño, una advertencia al que mira.
Robert Mapplethorpe. Orquidea y mano. 1983.
Pero también hay belleza en las flores muertas.

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