jueves, 5 de septiembre de 2013

Paraisos recuperados: Puentemadre

Cuando vivíamos "a la altura de nuestras posibilidades" (tal y como recomienda para nuestro futuro el FMI y demás mangancia internacional y local) vivíamos como pobres, pero nos lo pasábamos bastante bien. Por lo menos a ratos.

Esteban Chapresto. Puentemadre (Logroño). 1940. Gentileza de Jesús R. Rocandio (Casa de la Imagen).

El ocio veraniego tenía que ver en gran medida con los ríos, y formaban parte esencial de nuestro vocabulario términos tan sonoros como poza, corriente, cangrejo, remolino, rana, presa, ventorro, trucha, porroncillo, chicharro, renacuajo, berro, barbo, canto (rodado, por supuesto), merendero, chorro, nublado, culebra, sapo, bochorno, pedrisco, balsa y tantos otros caídos en desuso. El (oscuro) objeto de deseo era el flotador (un neumático negro, con sus parches y su peligrosa válvula, permanentemente hinchado y cuanto más grande mejor, y que si era de un tractor había que llevar rodando).

Teo Martínez. Puentemadre (Logroño).  Década de 1950. Gentileza de Jesús R. Rocandio (Casa de la Imagen).






También estaban los aromas delicados y sorprendentes, especialmente en las umbrías próximas a fuentes y regatos, o los que llegaban de las huertas aledañas, de frutas, guisos y parrillas. ¿Cuánto tiempo hace que no habéis olido una higuera cargada de frutos en sazón?
Y los colores, permanentemente cambiantes en tardes eternas que llegaban hasta la caída del sol.
Y el susurro de las choperas, y el fluir del agua, y los sonoros chapuzones, siempre acompañados de afiladísimos gritos, y croares destemplados, y cantos de pájaros infinitos. (También había moscas, pero esa es otra historia).
Y el filete empanado, y la clara y el clarete, y un sabroso tomate y un buen melocotón, y un bocadillo de cualquier cosa. 
Y el descubrimiento del cuerpo: del propio y del ajeno. 
Y la aventura intrépida aunque de cortísima distancia, y los juncos, y subirse a los árboles, y botar milagrosamente piedras planas sobre la superficie del agua, y buscar nidos.
No éramos  Huckleberry Finn, pero aquello tenia un pasar bien entretenido.

F.G. El Iregua. Agosto de 2013.

Pues bien: estas paradisiacas orillas de los rios logroñeses, felizmente recuperadas hace tiempo para el paseo y la salud ciudadana, están siendo reutilizadas espontáneamente para el ocio acuático de sus hijos por padres que las disfrutaron en su momento y las conservan entre lo mejor de sus recuerdos. 
En eso siguen la buena práctica de los nutridos grupos de nuestros convecinos americanos que gozan colectivamente y a lo largo de casi todo el año de esas privilegiadas riberas. 

F.G. Los trillizos Daniel, Julián y Mario González Alonso en el Iregua. Agosto de 2013.


Ni parques temáticos ni piscinas masificadas. Donde esté una buena poza con agua corriente y fresquita, y con posibilidades de aventurarse en "deportes de riesgo" bajo la atenta mirada de los añorantes papás, que se quiten las "tierras míticas". Y si, como es muy probable, "te echas" unos amigos, mejor que mejor.

Chicos jugando en las pozas del Iregua.  25.08.13.

Cada uno tiene que construir (y recobrar) sus propios paraísos. Descubrir su Mediterráneo.




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