sábado, 29 de junio de 2013

Robert Crumb y La banda de la tenaza.

He leído hace poco La banda de la tenaza, de Edward Abbey, y ha resultado tan gozoso como cabía esperar.
La portada española, con ilustraciones de Robert Crumb de 1985.
Se trata de una novela de aventuras delirantes con cuatro iluminados en cruzada permanente contra el mundo, en el incomparable marco del desierto y los cañones de Utah. Anarquismo ecologista de alto voltaje, lleno de situaciones tan inverosímiles como chocarreras, con aliento optimista y alucinado. Una mezcla deliciosa de la ideología panteísta de Thoreau en Walden y de los personajes de Jack Kerouac en Los vagabundos del Dharma, con la iconografía de Robert Crumb, que con sus escasas viñetas pone cara y decorado a tan singulares tipos en un muy especial entorno compartido por mormones y pieles rojas. Alucinante.
Los freaks protagonistas, según R. Crumb. 1985.
Se puede leer como un gran tebeo con inmensos bocadillos, jugosos, picantes y muy nutritivos, con un catecismo básico: resiste y desobedece, y no dejes de pasártelo bien; pero sé consciente de que todas las acciones tienen consecuencias y repercusiones, también para los destructores justicieros cargados de buenas intenciones. 
Es un libro mucho más maduro, más serio, de lo que cabría suponer en principio. De hecho, pasa por ser un manual informal de instrucciones para el terrorismo ecologista, por sus pormenorizadas descripciones de procedimientos de sabotaje práctico.

Portada de R. Crumb para Big Brother & the Holding Company, con Janis Joplin como cantante. 1968.
Eché en falta la música, ya que sólo aparece anecdóticamente de la mano de Janis Joplin como causa de una pelea desigual contra una panda de gañanes. Yo, al leerlo, me imaginaba a los Grateful Dead con desarrollos interminables de melodías sencillas. Música infinita para grandes horizontes. Aunque su escucha es más apropiada para la contemplación estática que para el torbellino de pickups y rancheras perseguidas por los rojos desiertos. Esos vehículos tenían otro equipamiento, y esos activistas, como la mayoría, no tenían demasiado tiempo para la lírica. Yo, por mi parte, he disfrutado de un libro que claramente tenía otras intenciones más ambiciosas que entretener a un diletante urbano. Salvando las distancias, como el que disfruta leyendo Las moradas de Santa Teresa.
La portada americana, de 1975.

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