martes, 4 de junio de 2013

Robert Brownjohn y los Rolling Stones


Robert Brownjohn. Let it bleed. Portada. 1969.




¿Os acordáis (es un ejercicio sólo para provectos: menores de cincuenta, abstenerse) de un tipo de tocadiscos que apilaba los vinilos sobre el plato y los iba dejando caer automáticamente, uno tras otro, para que la escucha fuera, hasta cierto punto, continuada? Pues eso era, como no podía ser de otra manera, un “automatic changer”. Como en el chiste, “la misma palabra lo dice”. Ha habido épocas en las que se llamaba a las cosas “por su nombre”, y este era un invento que te permitía tener las manos libres (u ocupadas, en el mejor de los casos) más allá de los veinte minutos que solía durar la cara de un disco de larga duración.
La portada del Let it bleed (sangrienta broma verbal que los Rolling Stones dedicaron al ñoño polmacartismo de la competencia) llamaba la atención y descolocaba. ¿Qué hacían bajo ese título satánico y apiladas con orden pero sin concierto una tarta nupcial de pueblo, una cubierta de neumático, una pizza, la esfera de un reloj de pared, una lata conteniendo una bobina de película y un disco que gira sobre el plato y en el que a los cuatro calaveras ya conocidos se sumaba el recién incorporado y brillante guitarrista adolescente Mick Taylor?
El desajuste era, sencillamente, el resultado de un cambio en las previsiones de producción del disco, muy esperado por los aficionados y los medios tras la truculenta muerte de Brian Jones. Cambió el título, pero se mantuvo el diseño gráfico previsto inicialmente, encargado a un brillante creador acostumbrado a caminar por el lado peligroso: Robert Brownjohn. Éste había recibido una sólida formación en el Instituto de Diseño de Chicago bajo la dirección y protección del gran László Moholy-Nagy (pronúnciese molinóch) y luego marchó a Nueva York para crear con otros brillantes socios una de esas agencias publicitarias que tan bien refleja la serie Mad Men, con grandes campañas gubernamentales y corporativas de las que han servido para forjar el imaginario de la sociedad de consumo. Una especie de Don Draper, pero con más paleta de sustancias psicoactivas. Sus inclinaciones artísticas le llevaron a relacionarse con casas de discos y con grandiosos músicos como Charlie Parker o Miles Davis, con los que compartió aficiones y adicciones. Posteriormente se trasladó a Londres, donde mantuvo su fructífera relación con multinacionales y bancos, y empezó a colaborar con el mundo del cine, destacando sus secuencias de créditos para algunas películas de James Bond como Desde Rusia con amor y Goldfinger (en la que hace una recreación pop de las técnicas creadas por Moholy-Nagy en los años veinte para las películas constructivistas de la Bauhaus).
La portada del título rodante la hizo en 1969, y murió a los cuarenta y cinco años en 1970. Todo un precursor.
Como todo en la vida, había en el desarrollo del encargo una parte de atrás: la fiesta ha terminado y quedan los restos. Destrozo y suciedad: el disco roto, el brazo del tocadiscos descuajeringado, la tarta desaprovechada sin haber gozado de mucho aprecio, los musiquitos decorativos hundidos en su propia nata, el neumático pinchado y cortado, el reloj sucio y rayado, la pizza fría, la película expuesta a la intemperie, …
Lo decía el poeta Jaime Gil de Biedma por esos mismos años: “envejecer, morir, es el único argumento de la obra.”
Son cambios automáticos.

Robert Brownjohn. Let it bleed. Arte final para la contraportada. 1969.


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