sábado, 18 de mayo de 2013

La santa infancia


Juguete de Joaquín Torres García.
Ir al teatro a una función para niños y participar por inmersión acústica en su prolongada algarabía resulta una experiencia muy recomendable. Siempre fascina observar la dispar respuesta de los más pequeños ante las cosas, y quizá especialmente ante las concebidas para provocar su atención y su sorpresa. Ya la entrada al magnífico recinto tiene, especialmente para ellos, las características del acontecimiento: ruptura del ritmo ordinario, excursión en grupo (a menudo en autobús), la lenta fila de acceso con la entrada en la mano, la amable recepción de porteros y acomodadores y, una vez dentro, el espacio grandioso con su extraña atmósfera, su amplificadora resonancia, la desconocida oscuridad en la que raras luces envuelven a objetos y personas.

  
El mayor espectáculo en un programa para niños siempre está en el patio de butacas: las expresiones de arrobo al sentirse formando parte de algo nuevo, apabullante y misterioso; el vocerío agudo permanente, pase lo que pase; el delirio de gritos y excitación cuando se hace el primer oscuro total; la respuesta entusiasta a los estímulos triunfantes, mayor cuanto más primarios; las quejas espontáneas ante la puntual disminución en la intensidad del necesariamente dosificado esfuerzo actoral; el premonitorio tono decididamente gamberro de algunas expresiones y conductas, enseguida secundadas y amplificadas por el coro para desazón airada de las señoritas acompañantes.

Las representaciones concebidas para niños suelen ir buscando a través de pequeños fragmentos dinámicos y coloristas un paulatino crescendo que acaba en una apoteosis de formas, texturas, tonalidades y movimiento, una especie de culminación acumulativa de muchos de los efectos presentados a lo largo de los cuarenta o cincuenta minutos anteriores. Lo que para cualquier persona mayor sería la provocación necesaria para la expresión de admiración entusiasta en este caso se resume en una especie de protocolaria muestra de aceptación bastante distante, casi fría. Como de adulto educado que reconoce el esfuerzo, pero poco más. La emoción se ha quemado en el acto, y poco queda para la despedida. Ahora, ya, estamos a otra cosa.

  
Un público exigente, directo y sincero, con ganas de novedad y de dejarse sorprender:  algunas de las cualidades esenciales  que caracterizan a los mejores espectadores de cualquier edad, pero en este caso sin filtros. Todavía libres.
Juguete de Joaquín Torres García