viernes, 24 de mayo de 2013

Cardo, o de norte a sur-suroeste en autobús urbano


Plano ideal de una ciudad romana antigua.
El término cardo designaba en la planificación urbanística romana  a la calle principal con orientación norte-sur de ciudades y campamentos militares, y tiene su origen en la línea que trazaban los augures para realizar los auspicios propiciatorios cuando se fundaba un asentamiento urbano. 
El recorrido del imaginario cardo de la ciudad desde un autobús público es una experiencia interesante y muy recomendable. En primer lugar porque da la medida del ingente cuerpo material que nos acoge, una urbe de dimensiones considerables con una tipología callejera variada y no siempre coherente. De ahí surgen las singularidades, que cuando son armónicas se pueden considerar admirables frutos de la colectividad y en la mayoría de las ocasiones son solo el mejor resultado posible logrado por el esfuerzo de los técnicos frente a la imprevisión de la administración y la codicia de los particulares, que somos todos, pero unos más que otros.
En cualquier caso, casi siempre nos enfrentamos a un laberinto (un lugar formado artificiosamente por calles y encrucijadas) que no tiene necesariamente la intención de confundir a quien en él se adentra, pero que por su enredo a menudo funciona como verdadero dédalo en el que cuesta acertar con la salida.
El autobús describe círculos, lazos y curiosas figuras dinámicas que dejan a la vista del infrecuente viajero imágenes y perspectivas sorprendentes: unas veces oasis, otras nudos y en ocasiones muñones. 
Desde el interior de la máquina, la experiencia acústica resulta variada y atractiva, aunque acaba dominada por la minimalista matraca mecánica y su transmisión a la conducción.



De norte a sur-suroeste en autobús urbano.

Motor, aceleración, reducción, frenado y vuelta a empezar, todo aderezado por misteriosos bufidos suspensorios. Poco se oye del sonido externo, a pesar de que atravesamos la urbe a mediodía pasando por zonas residenciales periféricas, barrios antiguos, grandes avenidas, polígonos industriales residuales, parques comerciales y zonas verdes. De todo, pero no suficientemente ruidoso para atravesar el caparazón de chapa metálica y cristal. La verdad es que yo aspiraba a que se manifestara espontáneamente Charles Ives, pero no compareció.

 
Charles Ives. Sinfonía nº 4. Finale. Largo maestoso.
Orquesta Sinfónica de Chicago.
Director: Michael Tilson Thomas.
Sony. 1991.

La variedad la aporta el colorido local polimorfo de los viajeros de corto recorrido: madres con niños, ancianos, señoras mayores que acuden a comprar al centro, y una amplia e imprecisa edad media que se desplaza a sus desconocidos asuntos. Otras horas traerán a otros viajeros y otros sonidos: los madrugadores que acuden al trabajo, los bullangueros estudiantes, los padres que llevan a sus pequeños a los colegios concertados de la periferia, las cuadrillas de variada característica e intención, los que acuden a ambulatorios o visitan a enfermos hospitalizados, y un sinfín de posibilidades con su inacabable música, a veces con música expresa, desde el transistor o incluso cantada, o la música callada de los ensimismados auriculares, cada vez más abundantes, quizá porque dan la sensación al solipsista portador de que aprovecha mejor el tiempo y se distrae. No creo que haya tertulia radiofónica, canción o sinfonía comparable en riqueza, variedad y renovación permanente (en interés, en definitiva) al inacabable ruido de la vida misma. Y todo ello pautado por la grabación que nos anuncia la aproximación y llegada a un abundante repertorio de lugares y topónimos que en el mejor de los casos resuenan como hermosas fuentes de evocación. Porque también ponerle nombre a las cosas es un arte, y cuando se refiere acertadamente a personas o a hechos del pasado llega a ser un signo de civilización: hacer que suene y perdure en la memoria colectiva el nombre de los mejores.

Logroño en autobús.

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